COMERSE A DIOS ¿CANIBALISMO O FE?

por Almudena García
(Antropóloga)
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El título puede parecer osado, siendo además un tema tan complicado que en alguna de sus manifestaciones podría molestar a algún “sector” de la credulidad. Si bien la crudeza de tal afirmación puede indignar a quienes “ya sabemos”, es un tema lo suficientemente divulgado como para que suene a nuevo.
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No es menester recurrir a introducciones históricas fuera de lugar ni tampoco voy a “suavizar” la cuestión con absurdas justificaciones para decir lo que podría parecer una locura:
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Lo más característico de la religión católica es un acto de canibalismo: el objetivo de su liturgia es comerse a su Dios. El fundamento de tal afirmación, que para muchos no será ninguna novedad, está precisamente en el Nuevo Testamento: “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré el último día...” (Juan VI, 54).
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La cita no la traemos a cuento por afán de provocar, algo bien lejos de nuestra intención. Por lo demás, no hace sino confirmar un dato que la antropología constata en sus trabajos sobre religiones.
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Sin caer en la pedantería, aclaremos que la metodología antropológica tiende a valorar aspectos cualitativos, a diferencia del sociólogo que principalmente busca confirmar sus hipótesis con frecuencias cuantitativas.
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¿Qué pretendo decir con esto? Pues que la afirmación anterior relativa al canibalismo en el cristianismo está vista y considerada del mismo modo que estudiamos cuestiones similares del Hinduismo o del Islamismo.
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El orígen más probable de la palabra "canibalismo" se remonta a los tiempos de Cristobal Colón. La teoría más aceptada la hace derivar de los índios Cáriba, oriundos de las islas Lucayas (Bahamas), Cuba y Haití.
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Ejemplos de antropofagia los podríamos encontrar incluso hoy día. Se suelen considerar como patologías, pero el sentido simbólico que subyace es el mismo: devorar las cualidades de la víctima, hacerse con él. Cosa distinta es la retrocesión en el tiempo, con una lista numerosa de culturas con hábitos alimenticios... digámoslo suavemente, "peculiares".
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Distingamos, de todas formas, el acto de "devorar" a semejantes por necesidad (hambrunas por malas cosechas, glaciaciones, caza inexistente, ...) de los "banquetes rituales" en los que la deglución de carne humana responde a una simbología. En realidad lo que "se come" es el alma del difunto, bien sea por respeto a los antepasados, bien por adquirir su destreza física, bien por ambicionar su sabiduría.
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¿Ejemplos? Sería prolija la aportación: aztecas, indígenas de Papua-Nueva Guinea, Caribas, Tupinambos de Brasil, aborígenes de Australia y tribus desde el mismo Tíbet -tan venerado- hasta Sumatra. Recordemos cómo los propios normandos (Vikingos) utilizaban los cráneos de sus enemigos para brindar por Odín.
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En definitiva, el canibalismo cristiano es curioso pero no único.
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Despues de lo dicho comulgar me parece un tanto siniestro pero no original.
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En términos generales, causa sorpresa comprobar cómo para los creyentes “católicos y apostólicos” las demás religiones, aparte de no ser “verdaderas”, están plagadas de creencias absurdas y ceremonias “pintorescas” e indiscutiblemente con muchos elementos profanos.
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Retomemos la afirmación primera poniéndonos en la “piel del otro”: imaginemos a un individuo que nada sabe de la religión católica vaticana y tratemos de explicarle el significado profundo y esencial del rito con que culmina “la Misa”, la comunión.
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Cuando un creyente comulga lo hace convencido que “deglute” la carne y sangre de su Dios. Es una cuestión de fe, ¿no?.
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Dicho así, lo cual no refleja más que “una realidad” creída, para ese supuesto individuo parecerá un acto reprobable, incluso siniestro. Por descontado, incomprensible.
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Piensen los creyentes de hoy cuántas tradiciones similares fueron condenadas, barridas y erradicadas por nuestros amados conquistadores y sus secuaces los frailes doctrinarios. Sí, reconozco que no debemos juzgar sus actuaciones fuera del contexto de la época, pero es algo de lo que cualquier antropólogo se solaza “científicamente” al comprobarlo.
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Al hilo de la afirmación anterior recordemos asuntos tan “divertidos” como el del “reconocimiento del alma”, algo que podría parecer hoy “fuerte”. Fray Bartolomé de las Casas fue el santo varón que consiguió imponer la verdad de que los indígenas sudamericanos “tenían alma”, pero demérito suyo es el que también apoyara la poco debatida cuestión del “alma de los negros”, pero en este caso negando su condición de “humana”. La secuela es de todos conocida, que sin alma los negros fueron considerados durante siglos poco más que animales.
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Con toda seguridad y para su ortodoxo entendimiento cristiano, las ceremonias locales de los indígenas eran herejía o la rozaban, ceremonias donde también se comía a dios. De ahí que los misioneros de entonces -no los de ahora, ojo- trataran de eliminarlas de la faz de la tierra: proscribieron dioses primarios y secundarios; extirparon de raíz la historia, los cultos, la fe y esperanza de los indígenas que, por otra parte, eran coherentes con “tal comunidad”.
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En su lugar introdujeron creencias “más razonables como el acto ritual de devorar al propio Dios, comer su carne y beber su sangre.
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Pues... a ver cómo se lo explicas a un “yanomami” del Amazonas o a un indio “seneca” del Canadá. Lo más probable es que no tenga importancia: lo nuestro es lo verdadero “por la gracia de Dios”, ¿vale?, ellos también se lo pueden comer, pasan tanta hambre... Y, a fin de cuentas y despues de todo dicho comulgar me parece un tanto siniestro pero en modo alguno original.
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