por Fernando García
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.El tema de la sexualidad atrae y asusta a la vez. Se habla con frecuencia de ello, pero normalmente en son de burla o chiste, pero raramente en una conversación seria. Y aun en estos casos, normalmente la conversación se eleva al mero plan teórico. De este modo la sexualidad queda relegada al lugar de los pequeños o grandes secretos. Comunicarle a un amigo algo de este mundo significa darle muestra de absoluta confianza.
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Se podría decir que nada es tan deseado y tan temido como la sexualidad. Muchos la consideran como símbolo del placer y de la felicidad. Tanto, que produce miedo. Es al mismo tiempo símbolo de la felicidad y del tabú, símbolo de libertad o de represión. Puede producir fascinación o terror.
Tan importante es la sexualidad, que dominar a una persona en la sexualidad es tenerla dominada en todo lo demás. Por eso les interesa tanto a los políticos y al comercio el asunto sexual, aunque a primera vista no lo parezca.
Se podría decir que nada es tan deseado y tan temido como la sexualidad. Muchos la consideran como símbolo del placer y de la felicidad. Tanto, que produce miedo. Es al mismo tiempo símbolo de la felicidad y del tabú, símbolo de libertad o de represión. Puede producir fascinación o terror.
Tan importante es la sexualidad, que dominar a una persona en la sexualidad es tenerla dominada en todo lo demás. Por eso les interesa tanto a los políticos y al comercio el asunto sexual, aunque a primera vista no lo parezca.
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A pesar de su importancia, posiblemente sabemos muy poco de lo que Jesús y su Evangelio nos dicen acerca de la sexualidad. Y es posible que en este punto nos encontremos con sorpresas. Seguramente hallaremos en el Evangelio cosas muy importantes en torno al amor y la sexualidad de las que apenas se nos ha dicho nada.
A pesar de su importancia, posiblemente sabemos muy poco de lo que Jesús y su Evangelio nos dicen acerca de la sexualidad. Y es posible que en este punto nos encontremos con sorpresas. Seguramente hallaremos en el Evangelio cosas muy importantes en torno al amor y la sexualidad de las que apenas se nos ha dicho nada.
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En el Evangelio la sexualidad no es tema obsesivo
En el Evangelio la sexualidad no es tema obsesivo
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Si repasamos el Evangelio página a página apenas encontraremos nada que trate directamente sobre la sexualidad. El silencio sobre el tema es tan sorprendente que resulta casi chocante. Sólo podemos encontrar alguna cosa suelta y meramente ocasional.
Si repasamos el Evangelio página a página apenas encontraremos nada que trate directamente sobre la sexualidad. El silencio sobre el tema es tan sorprendente que resulta casi chocante. Sólo podemos encontrar alguna cosa suelta y meramente ocasional.
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A los Evangelios no parece importarles demasiado si los apóstoles son o no casados. Sabemos ocasionalmente que algunos de ellos eran casados porque Jesús curó a la suegra de Pedro y por una cita tangencial de Pablo (1º Cor IX, 4-5). El Evangelio no habla expresamente de cosas tan importantes como la cuestión del celibato de Jesús y sus apóstoles.
A los Evangelios no parece importarles demasiado si los apóstoles son o no casados. Sabemos ocasionalmente que algunos de ellos eran casados porque Jesús curó a la suegra de Pedro y por una cita tangencial de Pablo (1º Cor IX, 4-5). El Evangelio no habla expresamente de cosas tan importantes como la cuestión del celibato de Jesús y sus apóstoles.
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Algo raro ha ocurrido en nuestro mundo, pues lo sexual, tan secundario en el Evangelio, lo ha invadido todo. Hasta el punto de que se desciende a regular los más mínimos detalles de la vida sexual, de forma que para muchos cristianos se ha convertido en lo único importante. A veces son los únicos pecados de los que se sienten obligados a confesarse.
Algo raro ha ocurrido en nuestro mundo, pues lo sexual, tan secundario en el Evangelio, lo ha invadido todo. Hasta el punto de que se desciende a regular los más mínimos detalles de la vida sexual, de forma que para muchos cristianos se ha convertido en lo único importante. A veces son los únicos pecados de los que se sienten obligados a confesarse.
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Hasta el mismo Dios ha sido presentado muchas veces como el gran enemigo de la sexualidad, como un obseso que nos vigila de continuo, en todas partes, sin que se le escape el más mínimo detalle de nuestra vida sexual, ni siquiera a nivel de los pensamientos. Todo nuestro terror a la sexualidad lo hemos proyectado sobre Dios y, así, hemos desfigurado su rostro. Muchos piensan que Dios considera a la sexualidad como algo sucio y malo. A veces, de modo inconsciente, se piensa que a Dios no le gusta que una pareja haga el amor. Hasta hay gente que ha renunciado a este dios inventado, pues lo han encontrado un dios inaguantable.
Hasta el mismo Dios ha sido presentado muchas veces como el gran enemigo de la sexualidad, como un obseso que nos vigila de continuo, en todas partes, sin que se le escape el más mínimo detalle de nuestra vida sexual, ni siquiera a nivel de los pensamientos. Todo nuestro terror a la sexualidad lo hemos proyectado sobre Dios y, así, hemos desfigurado su rostro. Muchos piensan que Dios considera a la sexualidad como algo sucio y malo. A veces, de modo inconsciente, se piensa que a Dios no le gusta que una pareja haga el amor. Hasta hay gente que ha renunciado a este dios inventado, pues lo han encontrado un dios inaguantable.
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Si a Dios le hubieran molestado los problemas de la sexualidad, Jesús nos hubiera advertido de ello. Pero aunque no se afirma nada directamente, en los Evangelios se dice mucho sobre la sexualidad, pero de un modo diferente al que estamos acostumbrados, y que es además el más auténtico y profundo.
Si a Dios le hubieran molestado los problemas de la sexualidad, Jesús nos hubiera advertido de ello. Pero aunque no se afirma nada directamente, en los Evangelios se dice mucho sobre la sexualidad, pero de un modo diferente al que estamos acostumbrados, y que es además el más auténtico y profundo.
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La sexualidad de Jesús
La sexualidad de Jesús
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Al preguntarnos cómo afrontó Jesús la sexualidad, lo primero que hay que dejar claro es que Jesús tuvo sexualidad. El fue un sujeto humano sexuado como lo es todo hombre.
Al preguntarnos cómo afrontó Jesús la sexualidad, lo primero que hay que dejar claro es que Jesús tuvo sexualidad. El fue un sujeto humano sexuado como lo es todo hombre.
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Algunos cristianos, de modo más o menos inconsciente, tienden a pensar en Jesús de un modo tan angélico que se resisten ante la idea de que tuviese sexualidad. En el fondo, es que sienten que la sexualidad es algo sucio, y por ello no se lo imaginan en Jesús. Lo malo es que así están negando el misterio de la Encarnación: no se toman en serio que Jesús fue totalmente un hombre, igual a nosotros en todo, absolutamente en todo menos en el pecado.
Algunos cristianos, de modo más o menos inconsciente, tienden a pensar en Jesús de un modo tan angélico que se resisten ante la idea de que tuviese sexualidad. En el fondo, es que sienten que la sexualidad es algo sucio, y por ello no se lo imaginan en Jesús. Lo malo es que así están negando el misterio de la Encarnación: no se toman en serio que Jesús fue totalmente un hombre, igual a nosotros en todo, absolutamente en todo menos en el pecado.
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Sin duda alguna, desde el momento en que nació, Jesús tuvo todo ese mundo complejo de necesidades afectivas, de apetencias y de deseos que supone la sexualidad.
Sin duda alguna, desde el momento en que nació, Jesús tuvo todo ese mundo complejo de necesidades afectivas, de apetencias y de deseos que supone la sexualidad.
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Jesús no es un Dios que se disfraza de hombre durante una temporada y luego se quita el disfraz y se va al cielo. Ni es uno de esos dioses orientales, impasibles e inalterables, que ni sienten ni sufren, ni gozan, ni se ríen. Jesús, como todos nosotros, necesitó la compañía de unos amigos y tuvo, como todos nosotros, sus predilecciones entre la gente que conocía. Tuvo también algunas buenas amigas.
Jesús no es un Dios que se disfraza de hombre durante una temporada y luego se quita el disfraz y se va al cielo. Ni es uno de esos dioses orientales, impasibles e inalterables, que ni sienten ni sufren, ni gozan, ni se ríen. Jesús, como todos nosotros, necesitó la compañía de unos amigos y tuvo, como todos nosotros, sus predilecciones entre la gente que conocía. Tuvo también algunas buenas amigas.
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El sintió todo el mundo rico y complejo de la sexualidad, y ni le tuvo miedo, ni se dejó arrastrar por ella. Nunca aparece como obsesionado por la amenaza de la sexualidad. Ni aparece con corazón morboso, viendo obscenidades por todas partes. No tiene miedo, como le ocurre a los reprimidos, de tratar con todo tipo de gente. De ahí que alguna vez lo acusaron de andar reunido con gente de mala vida, como eran los publicanos y pecadores; incluso le llamaron también comilón y borracho (Mt XI, 19). Tampoco tuvo miedo a las mujeres, ni se sintió obligado a mantenerse lejos de ellas. Algunas le solían acompañar de pueblo en pueblo, como ya hemos visto. Y ello a pesar del ambiente en contra que existía en aquel tiempo.
El sintió todo el mundo rico y complejo de la sexualidad, y ni le tuvo miedo, ni se dejó arrastrar por ella. Nunca aparece como obsesionado por la amenaza de la sexualidad. Ni aparece con corazón morboso, viendo obscenidades por todas partes. No tiene miedo, como le ocurre a los reprimidos, de tratar con todo tipo de gente. De ahí que alguna vez lo acusaron de andar reunido con gente de mala vida, como eran los publicanos y pecadores; incluso le llamaron también comilón y borracho (Mt XI, 19). Tampoco tuvo miedo a las mujeres, ni se sintió obligado a mantenerse lejos de ellas. Algunas le solían acompañar de pueblo en pueblo, como ya hemos visto. Y ello a pesar del ambiente en contra que existía en aquel tiempo.
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Jesús, por lo tanto, no tenía miedo a la sexualidad, y por eso no tenía que esconderse, ni protegerse del trato con gente de “vida alegre”, ni defenderse de la mujer y sus “peligros”.
Jesús, por lo tanto, no tenía miedo a la sexualidad, y por eso no tenía que esconderse, ni protegerse del trato con gente de “vida alegre”, ni defenderse de la mujer y sus “peligros”.
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Sin quitar nada de lo anterior, hay que afirmar también que Jesús es persona divina. Al mismo tiempo es Dios y hombre, plenamente. Pero la persona divina asume “hipostáticamente”, como decían los antiguos, a la realidad humana de Jesús. El hombre Jesús es por eso incapaz de pecar. Es verdadero hombre en todo, menos en el pecado (Heb IV, 15) y sus raíces. No está sujeto a las pasiones. Como hombre perfecto y completo tuvo la sexualidad biológica y psicológica, pero como potencialidades siempre limpias.
Sin quitar nada de lo anterior, hay que afirmar también que Jesús es persona divina. Al mismo tiempo es Dios y hombre, plenamente. Pero la persona divina asume “hipostáticamente”, como decían los antiguos, a la realidad humana de Jesús. El hombre Jesús es por eso incapaz de pecar. Es verdadero hombre en todo, menos en el pecado (Heb IV, 15) y sus raíces. No está sujeto a las pasiones. Como hombre perfecto y completo tuvo la sexualidad biológica y psicológica, pero como potencialidades siempre limpias.
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Jesús denuncia la hipocresía sexual
Jesús denuncia la hipocresía sexual
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Todos sabemos que la sexualidad es un terreno abonado para hipocresías y mentiras. Para mucha gente lo importante es “guardar las apariencias”, aunque tengan una doble vida oculta a los ojos de los demás. Todo está bien si no se nota, parece ser el lema de algunos.
Todos sabemos que la sexualidad es un terreno abonado para hipocresías y mentiras. Para mucha gente lo importante es “guardar las apariencias”, aunque tengan una doble vida oculta a los ojos de los demás. Todo está bien si no se nota, parece ser el lema de algunos.
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Jesús no aguantaba la hipocresía de mucha gente religiosa de su época. Por eso se indigna ante la hipocresía sexual de los fariseos, que además eran bastante reprimidos.
Jesús no aguantaba la hipocresía de mucha gente religiosa de su época. Por eso se indigna ante la hipocresía sexual de los fariseos, que además eran bastante reprimidos.
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Caso típico es el de aquella mujer de mala fama (Lc VII, 36-50) que se acercó a él estando comiendo en casa de un fariseo. Jesús, dándose cuenta de los malos pensamientos de los presentes, la dejó hacer y la defendió delante de todos. Jesús no se asusta de que lo toque una mujer de mala vida conocida como tal. Imaginémonos que sucedería hoy si a un hombre de Iglesia se le acercase en ese plan una mujer así. El Evangelio sitúa a Jesús entre el fariseo y la pecadora para mostrar que Jesús se queda con la sinceridad de la segunda, y no con la hipocresía y dureza de corazón del fariseo. Jesús no solamente la salva, sino que condena con una terrible ironía al fariseo. A Jesús no le importa lo que aparece, ni le importa tanto lo que se hace o no se hace, sino lo que se es profundamente en el corazón.
Caso típico es el de aquella mujer de mala fama (Lc VII, 36-50) que se acercó a él estando comiendo en casa de un fariseo. Jesús, dándose cuenta de los malos pensamientos de los presentes, la dejó hacer y la defendió delante de todos. Jesús no se asusta de que lo toque una mujer de mala vida conocida como tal. Imaginémonos que sucedería hoy si a un hombre de Iglesia se le acercase en ese plan una mujer así. El Evangelio sitúa a Jesús entre el fariseo y la pecadora para mostrar que Jesús se queda con la sinceridad de la segunda, y no con la hipocresía y dureza de corazón del fariseo. Jesús no solamente la salva, sino que condena con una terrible ironía al fariseo. A Jesús no le importa lo que aparece, ni le importa tanto lo que se hace o no se hace, sino lo que se es profundamente en el corazón.
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Otro caso claro es el de la mujer que le llevan a Jesús, encontrada en adulterio (Jn VIII, 1-11). Jesús no puede aguantar la hipocresía de aquellos viejos “verdes”: “El que esté sin pecado que tire la primera piedra…”
Otro caso claro es el de la mujer que le llevan a Jesús, encontrada en adulterio (Jn VIII, 1-11). Jesús no puede aguantar la hipocresía de aquellos viejos “verdes”: “El que esté sin pecado que tire la primera piedra…”
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Si la sexualidad es un asunto tan importante, de ninguna manera podía estar olvidada en los Evangelios. Lo que pasa es que la enfocan de un modo correcto, sin caer en las trampas que tiende a crear ella misma. En realidad, el silencio del Evangelio sobre la sexualidad es un grito que expresa una verdad más profunda sobre ella.
Si la sexualidad es un asunto tan importante, de ninguna manera podía estar olvidada en los Evangelios. Lo que pasa es que la enfocan de un modo correcto, sin caer en las trampas que tiende a crear ella misma. En realidad, el silencio del Evangelio sobre la sexualidad es un grito que expresa una verdad más profunda sobre ella.
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La sexualidad no es una cosa que se pueda comprender como algo aparte, como una asunto particular en el que se trata de qué es lo que hay o no hay que hacer. Hay que situarla en el conjunto de toda la vida. Podríamos decir que el Evangelio no se preocupa por el sexo, pero sí por la sexualidad, es decir, por algo que es más amplio y más profundo: por todo lo relacionado con el corazón del hombre, su afectividad y sus deseos más íntimos.
La sexualidad no es una cosa que se pueda comprender como algo aparte, como una asunto particular en el que se trata de qué es lo que hay o no hay que hacer. Hay que situarla en el conjunto de toda la vida. Podríamos decir que el Evangelio no se preocupa por el sexo, pero sí por la sexualidad, es decir, por algo que es más amplio y más profundo: por todo lo relacionado con el corazón del hombre, su afectividad y sus deseos más íntimos.
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El Evangelio coincide en este punto con lo que dice la psicología más moderna. Según ella, la sexualidad no es sólo cuestión de los órganos genitales -"las partes", como dice el pueblo-. Ni siquiera es cuestión sólo de lo corporal. Sexualidad es también todo lo relacionado con la afectividad, es decir, con los deseos, el cariño, la ternura… A esto estamos poco acostumbrados, pero resulta que así es el enfoque del Evangelio. No se trata de lo que el hombre hace o no hace con “sus partes”, sino de lo que el varón y la mujer son, de cómo orientan su vida, de qué es lo que les resuena en el corazón. La sexualidad, para la psicología moderna y para el Evangelio, hay que situarla en el contexto total de la persona. Es el hombre completo el que interesa; un hombre que no es que tenga una sexualidad, sino que es “sexuado”. En definitiva, lo que al Evangelio le interesa es dónde está nuestro corazón.
El Evangelio coincide en este punto con lo que dice la psicología más moderna. Según ella, la sexualidad no es sólo cuestión de los órganos genitales -"las partes", como dice el pueblo-. Ni siquiera es cuestión sólo de lo corporal. Sexualidad es también todo lo relacionado con la afectividad, es decir, con los deseos, el cariño, la ternura… A esto estamos poco acostumbrados, pero resulta que así es el enfoque del Evangelio. No se trata de lo que el hombre hace o no hace con “sus partes”, sino de lo que el varón y la mujer son, de cómo orientan su vida, de qué es lo que les resuena en el corazón. La sexualidad, para la psicología moderna y para el Evangelio, hay que situarla en el contexto total de la persona. Es el hombre completo el que interesa; un hombre que no es que tenga una sexualidad, sino que es “sexuado”. En definitiva, lo que al Evangelio le interesa es dónde está nuestro corazón.
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La sexualidad humana es totalmente distinta de la animal. Y nuestro esfuerzo ha de ser, precisamente, vivirla de un modo cada vez más profundamente humano.
La sexualidad humana es totalmente distinta de la animal. Y nuestro esfuerzo ha de ser, precisamente, vivirla de un modo cada vez más profundamente humano.
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El Espíritu y la carne
El Espíritu y la carne
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Lo más importante para un cristiano es tener el Espíritu de Jesús. De ello depende radicalmente cómo pueda enfocar la sexualidad. La fe en Jesús y su Reino modifica nuestro modo de vivir la sexualidad. El ideal del Reino nos debe envolver de modo que nuestra sexualidad esté enfocada y canalizada por ese proyecto de construir el Reino de Dios.
Lo más importante para un cristiano es tener el Espíritu de Jesús. De ello depende radicalmente cómo pueda enfocar la sexualidad. La fe en Jesús y su Reino modifica nuestro modo de vivir la sexualidad. El ideal del Reino nos debe envolver de modo que nuestra sexualidad esté enfocada y canalizada por ese proyecto de construir el Reino de Dios.
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Hemos oído decir que los peligros del alma son mundo, demonio y carne. Y enseguida pensamos que la carne es el sexo. Sin embargo, cuando el Nuevo Testamento habla de la carne no se refiere al sexo ni a la sexualidad. La carne, según el Nuevo Testamento, cuando se opone al Espíritu, significa el enfoque con el que ven el mundo las personas que no conocen a Jesús, ni les interesa la construcción de su Reino; significa el considerar como lo más importante de la vida al dinero, el prestigio social y todas esas cosas. Esa es la carne que se opone al Espíritu. Por eso cuando Pablo habla de las obras de la carne (Gál V, 19-ss; Col II, 18), se refiere a las cosas que encierran al hombre en lo que se opone a Jesús; y esto puede ser la lujuria, pero también la rivalidad, la envidia, la vanidad y orgullo, la idolatría… Que la carne se opone al Espíritu no se refiere, pues, al sexo, sino a todo lo que es contrario a una visión cristiana de la vida.
Hemos oído decir que los peligros del alma son mundo, demonio y carne. Y enseguida pensamos que la carne es el sexo. Sin embargo, cuando el Nuevo Testamento habla de la carne no se refiere al sexo ni a la sexualidad. La carne, según el Nuevo Testamento, cuando se opone al Espíritu, significa el enfoque con el que ven el mundo las personas que no conocen a Jesús, ni les interesa la construcción de su Reino; significa el considerar como lo más importante de la vida al dinero, el prestigio social y todas esas cosas. Esa es la carne que se opone al Espíritu. Por eso cuando Pablo habla de las obras de la carne (Gál V, 19-ss; Col II, 18), se refiere a las cosas que encierran al hombre en lo que se opone a Jesús; y esto puede ser la lujuria, pero también la rivalidad, la envidia, la vanidad y orgullo, la idolatría… Que la carne se opone al Espíritu no se refiere, pues, al sexo, sino a todo lo que es contrario a una visión cristiana de la vida.
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La persona que es consecuente con su fe en Jesús y opta por el Reino se siente libre frente a todo y, por lo tanto, también frente a la sexualidad. Aquí reside lo tremendo de vivir cristianamente la sexualidad. Con todo lo fascinante y terrorífica que es, el cristiano tiene que lograr su libertad frente a ella. Tiene que ser capaz de vivir sin pensar obsesivamente en el sexo; y ha de ser capaz, también, de tener relaciones sexuales dentro del matrimonio de un modo humano, sin imaginarse que con eso se aleja de Dios. Lo importante es el amor auténtico: si sabe amar de veras se sentirá libre para tener relaciones sexuales o no tenerlas. Pero si no tiene amor, por más puro y casto que sea, por más que cumpla todo tipo de leyes sobre la sexualidad, será una persona que no está llevada por el Espíritu: será esclava de la carne.
La persona que es consecuente con su fe en Jesús y opta por el Reino se siente libre frente a todo y, por lo tanto, también frente a la sexualidad. Aquí reside lo tremendo de vivir cristianamente la sexualidad. Con todo lo fascinante y terrorífica que es, el cristiano tiene que lograr su libertad frente a ella. Tiene que ser capaz de vivir sin pensar obsesivamente en el sexo; y ha de ser capaz, también, de tener relaciones sexuales dentro del matrimonio de un modo humano, sin imaginarse que con eso se aleja de Dios. Lo importante es el amor auténtico: si sabe amar de veras se sentirá libre para tener relaciones sexuales o no tenerlas. Pero si no tiene amor, por más puro y casto que sea, por más que cumpla todo tipo de leyes sobre la sexualidad, será una persona que no está llevada por el Espíritu: será esclava de la carne.
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El ídolo del sexo
El ídolo del sexo
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Todos sabemos que no es fácil ser libre ante muchas cosas, y menos aún frente al sexo. La sexualidad, con toda su carga de instinto, de represiones, de fascinación y de terror, fácilmente nos tiende sus trampas y nos impide esa libertad que Dios quiere para nosotros.
Todos sabemos que no es fácil ser libre ante muchas cosas, y menos aún frente al sexo. La sexualidad, con toda su carga de instinto, de represiones, de fascinación y de terror, fácilmente nos tiende sus trampas y nos impide esa libertad que Dios quiere para nosotros.
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Se puede caer en la trampa de la sexualidad cuando la búsqueda del placer se convierte en un absoluto o también cuando el miedo al placer se convierte en algo tan poderoso que tampoco deja ser libre. A veces estas redes son tan sutiles que nos pueden tener atrapados sin darnos cuenta siquiera. Gran parte de la sexualidad funciona a niveles inconscientes, y por ello es fácil engañarnos. Es muy posible que nos creamos muy libres frente al sexo, pero que, en realidad, de un modo inconsciente, estemos llenos de cadenas. En pocas cosas el hombre es tan capaz de engañarse a sí mismo como en esto. Algunos no son sino esclavos necios que desconocen sus cadenas o se burlan de ellas.
Se puede caer en la trampa de la sexualidad cuando la búsqueda del placer se convierte en un absoluto o también cuando el miedo al placer se convierte en algo tan poderoso que tampoco deja ser libre. A veces estas redes son tan sutiles que nos pueden tener atrapados sin darnos cuenta siquiera. Gran parte de la sexualidad funciona a niveles inconscientes, y por ello es fácil engañarnos. Es muy posible que nos creamos muy libres frente al sexo, pero que, en realidad, de un modo inconsciente, estemos llenos de cadenas. En pocas cosas el hombre es tan capaz de engañarse a sí mismo como en esto. Algunos no son sino esclavos necios que desconocen sus cadenas o se burlan de ellas.
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A veces las dificultades son de tipo interno, fruto de una mala educación en este terreno. Con frecuencia también las dificultades vienen de fuera, de la manipulación que la sociedad hace de nuestra sexualidad. Por todas partes nos rodea y nos ataca una verdadera manipulación social del sexo.
A veces las dificultades son de tipo interno, fruto de una mala educación en este terreno. Con frecuencia también las dificultades vienen de fuera, de la manipulación que la sociedad hace de nuestra sexualidad. Por todas partes nos rodea y nos ataca una verdadera manipulación social del sexo.
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La política y la economía saben que cuentan con la sexualidad como una arma poderosa para conseguir los fines que a ellos les interesa. No tienen inconveniente ninguno en manipular la sexualidad, pues necesitan el control de los instintos para mantener a la gente dentro de sus intereses.
La política y la economía saben que cuentan con la sexualidad como una arma poderosa para conseguir los fines que a ellos les interesa. No tienen inconveniente ninguno en manipular la sexualidad, pues necesitan el control de los instintos para mantener a la gente dentro de sus intereses.
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El control de la sexualidad es uno de los instrumentos más importantes para mantener el poder: “Si controlo tu sexualidad, controlo toda tu persona”, parece ser uno de sus lemas. Por eso las dictaduras se preocupan tanto de la represión sexual. En cambio, el Evangelio no le tiene miedo a la sexualidad porque no le tiene miedo a la libertad.
El control de la sexualidad es uno de los instrumentos más importantes para mantener el poder: “Si controlo tu sexualidad, controlo toda tu persona”, parece ser uno de sus lemas. Por eso las dictaduras se preocupan tanto de la represión sexual. En cambio, el Evangelio no le tiene miedo a la sexualidad porque no le tiene miedo a la libertad.
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El sexo convertido en ídolo emboba a la gente y la mantiene sujeta al sistema. Los adoradores del sexo no son nada peligrosos para el sistema, sino todo lo contrario, sus dóciles servidores.
El sexo convertido en ídolo emboba a la gente y la mantiene sujeta al sistema. Los adoradores del sexo no son nada peligrosos para el sistema, sino todo lo contrario, sus dóciles servidores.
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El caso más típico es el de la publicidad. Con ella la sociedad utiliza y manipula de continuo la insatisfacción sexual. Ellos estudian muy bien cómo hacer usar un producto asociándolo a la insatisfacción sexual. A nivel inconsciente, nos hacen creer que tomando tal bebida o usando tal colonia, tendremos a nuestra disposición una señorita o un chico guapísimo… En fin, toda una técnica muy estudiada para hacernos comprar y consumir. Y todo ello aprovechándose y manipulando nuestras necesidades afectivas. Lo que a ellos les interesa es que el hombre produzca y consuma, y para ello utilizan la sexualidad como medio para que este sistema de producción y de consumo se mantenga.
El caso más típico es el de la publicidad. Con ella la sociedad utiliza y manipula de continuo la insatisfacción sexual. Ellos estudian muy bien cómo hacer usar un producto asociándolo a la insatisfacción sexual. A nivel inconsciente, nos hacen creer que tomando tal bebida o usando tal colonia, tendremos a nuestra disposición una señorita o un chico guapísimo… En fin, toda una técnica muy estudiada para hacernos comprar y consumir. Y todo ello aprovechándose y manipulando nuestras necesidades afectivas. Lo que a ellos les interesa es que el hombre produzca y consuma, y para ello utilizan la sexualidad como medio para que este sistema de producción y de consumo se mantenga.
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De este modo, la sexualidad, esa realidad buena y profunda creada por Dios para el encuentro con los demás, se convierte en un ídolo que esclaviza y aliena profundamente. Deja de ser un medio para encontrarse con el otro en profundidad y se convierte en algo que atonta y embrutece a la vez. No podemos servir al mismo tiempo a Dios y al sexo. Cuando el sexo lo convertimos en ídolo, entonces es imposible servir auténticamente a Dios. El cristiano no puede dejarse manipular por nada ni por nadie. Por eso ante la sexualidad no debe acobardarse, ni tomarla a broma, ni, mucho menos, convertirla en un objeto de veneración. Es más, tenemos que luchar contra esta sociedad que utiliza y manipula algo tan serio, don maravilloso de Dios.
De este modo, la sexualidad, esa realidad buena y profunda creada por Dios para el encuentro con los demás, se convierte en un ídolo que esclaviza y aliena profundamente. Deja de ser un medio para encontrarse con el otro en profundidad y se convierte en algo que atonta y embrutece a la vez. No podemos servir al mismo tiempo a Dios y al sexo. Cuando el sexo lo convertimos en ídolo, entonces es imposible servir auténticamente a Dios. El cristiano no puede dejarse manipular por nada ni por nadie. Por eso ante la sexualidad no debe acobardarse, ni tomarla a broma, ni, mucho menos, convertirla en un objeto de veneración. Es más, tenemos que luchar contra esta sociedad que utiliza y manipula algo tan serio, don maravilloso de Dios.
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